Recientemente hemos podido leer en los medios de comunicación cómo un grupo de 17 señores, vinculados en su mayoría al partido nacionalista español UPyD, se han decidido a firmar un manifiesto en defensa del castellano. Llama la atención la publicidad dada por los medios a este acto, que no parece proporcionada a la importancia del mismo, pero lo que me resulta más chocante es la propia argumentación que utiliza el manifiesto.
Parece lógico que si se firma un manifiesto en defensa de algo será porque ese algo esté amenazado, pero en el primer párrafo del documento ya se deja claro que no es así cuando se dice: "Desde luego, no se trata de una desazón meramente cultural –nuestro idioma goza de una pujanza envidiable y creciente en el mundo entero, sólo superada por el chino y el inglés- sino de una inquietud estrictamente política."
Y es que el castellano no necesita defensa alguna porque es la lengua que todo el que viva en cualquier parte de España debe conocer, simplemente para poder trabajar. A cualquier ciudadano español, incluso de la zona más catalanoparlante, la realidad social y económica le impone el aprendizaje del castellano. No es necesaria una defensa política de lo que la realidad del mercado y la sociedad impone naturalmente.
Este no es el caso de las otras lenguas del estado. El camino de las lenguas pequeñas sin protección política es la extinción. Ese sería el destino del gallego, el catalán y el vasco de no haberse impulsado su normalización, enseñanaza y uso, tanto en los medios como en la administración. Y ese es el inminente destino del aragonés y de mi querido y maltratado asturiano.
No tengo ningún sentimiento nacionalista que me empuje a defender la lengua asturiana. La defensa de un concepto como el de nación me parece algo marcado casi siempre por la falta de solidaridad y el rechazo a lo diferente. De hecho, lo único que envidio de las comunidades con una tendencia política nacionalista es su defensa de la lengua y cultura propias, una herencia hermosa que en mi comunidad estamos dejando morir.
Y soy consciente de que no hay muchas razones prácticas para defender el asturiano o el vasco. Tampoco es productivo intentar que el lince ibérico no desaparezca, pero las cosas no pueden ser guiadas únicamente por intereses económicos. La defensa de un mundo rico y diverso contra la imposición unificadora de lo más competitivo me parece una causa justísima. Porque siendo prácticos hasta el final, bastaría con que todos supiésemos inglés nada más.
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