domingo, 25 de febrero de 2018

Intevención en el homenaje a los maestros republicanos (29 de abril de 2017, Xixón)


Estamos aquí en homenaje a las personas que protagonizaron el proyecto alfabetizador de la Segunda República. Podría centrar mi intervención en el ambicioso plan que en 1931 pretendía sacar del analfabetismo al 43% de la población española construyendo 5000 escuelas por año. También podría enumerar los detalles del modelo republicano de escuela pública, laica y sin discriminación por sexos. Incluso hablar sobre las mejoras en las condiciones de trabajo y preparación de los maestros.

Sin embargo, la clave de que hoy esté aquí hablando sobre lo que pudo ser y no fue es que, en julio de 1936, los responsables del levantamiento militar y fascista contra la República, decidieron que los maestros debían ser objetivo prioritario de la represión. Entre ejecuciones, penas de cárcel, expulsiones y sanciones, 20000 de los 60000 maestros nacionales que ejercían en España fueron represaliados.

Números como estos, presentados sin más, no suelen mostrarnos lo que se esconde tras ellos si no hacemos un ejercicio de imaginación. Sin embargo, yo no puedo hablar de maestros republicanos sin recordar el caso que más cerca me queda y que marcó en parte la historia de mi familia.

El padre de mi abuela materna, la mujer que me crio y con la que convivimos en casa hasta su muerte, era maestro. Un maestro leonés que había escogido como destino una escuela de pueblo asturiana. Su nombre era Modesto. Allí, se casó con Delfina, mujer de familia minera. Pasaron los años y llegó la República. Probablemente Modesto acogiera con entusiasmo la reforma educativa que vino entonces, ya que se ajustaba bastante bien a sus ideas laicas y socialistas.

El caso es que en 1936 mi abuela ya tenía 5 hermanos y 2 hermanas. La guerra sorprendió a la familia en la escuela de la Pedrera, aquí al lado de Gijón. Y en un año las tropas franquistas ya habían tomado toda Asturias.

Ya fuese porque los hermanos de Delfina habían combatido contra los sublevados o porque mi bisabuelo se adaptó gustoso a las reformas educativas republicanas, las represalias cayeron sobre la familia. Ese maestro con 8 hijos sufrió un castigo de año y medio sin empleo y sueldo. La miseria consiguiente provocó la muerte de una de las hijas (de 17 años) y del hijo más pequeño, de un año.

Eso fue suficiente para acabar con cualquier resistencia de Modesto y Delfina. Mi bisabuelo fue destinado a un pueblo de Tineo bajo la atenta supervisión de los inspectores educativos y del cura, que también actuaba como tal, sometiéndose a todos sus requerimientos. Mi madre todavía conserva las libretas en las que Modesto escribía obras de temática religiosa para ser representadas en la escuela. Por mera supervivencia, mi bisabuelo pasó a representar su propio personaje teatral con el que, en parte, se acabaría identificando. Le habían domesticado.

Sé que hay miles de historias de maestros depurados mucho más duras que esta. Muchísimos fusilados, encarcelados, humillados… Pero esta historia discurre en paralelo con la de un país que también fue domesticado durante 40 años a través del miedo y que aún hoy se resiente de ese periodo.

Sin tener en cuenta el largo dominio de la derecha política y su influencia en todos los ámbitos, incluso después de la dictadura, es imposible comprender cómo, de un modelo que en los años 30 del siglo XX sacaba la religión de las aulas, universalizaba la educación pública y eliminaba la segregación por sexos hemos acabado en el modelo educativo actual para el siglo XXI.

Y es que hoy, 40 años después del fin de la dictadura, a pesar de que las iglesias llevan décadas vaciándose de fieles, aún estamos lejos de sacar la religión de las escuelas. Por otro lado, hemos acabado normalizando que el dinero público se destine a subvencionar colegios privados (en su mayoría religiosos). Algunos incluso que separan por sexo al alumnado. Así, hoy, los impuestos que deberían servir para corregir desigualdades acaban permitiendo que muchos padres puedan separar a sus hijos de otros niños de clase más baja por un módico precio. Ese precio que irregularmente cobran los colegios concertados, pero que les basta para que no entren los hijos de los más pobres. De este modo, estamos subvencionando un modelo segregador que, si no se frena de raíz, acabará dejando las escuelas públicas como guetos o como una red subsidiaria destinada a los pueblos y lugares donde la concertada no vea negocio.

Y si termino con esta denuncia es porque no solo estamos aquí para contar batallitas de otra época. Esto no debe ser un ejercicio estéril para llorar por lo que podía haber sido y nos quitaron. Esto debe servirnos para reflexionar sobre todo lo que nos queda por luchar para conseguir la escuela pública, laica y para todos que quiso construir la República. Está en nuestras manos que el sacrificio de todos esos hombres y mujeres, maestros republicanos, no haya sido en vano.

¡VIVA LA REPÚBLICA!