Estamos aquí en homenaje a
las personas que protagonizaron el proyecto alfabetizador de la Segunda
República. Podría centrar mi intervención en el ambicioso plan que en 1931
pretendía sacar del analfabetismo al 43% de la población española construyendo
5000 escuelas por año. También podría enumerar los detalles del modelo
republicano de escuela pública, laica y sin discriminación por sexos. Incluso hablar
sobre las mejoras en las condiciones de trabajo y preparación de los maestros.
Sin embargo, la clave de que
hoy esté aquí hablando sobre lo que pudo ser y no fue es que, en julio de 1936,
los responsables del levantamiento militar y fascista contra la República,
decidieron que los maestros debían ser objetivo prioritario de la represión.
Entre ejecuciones, penas de cárcel, expulsiones y sanciones, 20000 de los 60000
maestros nacionales que ejercían en España fueron represaliados.
Números como estos,
presentados sin más, no suelen mostrarnos lo que se esconde tras ellos si no
hacemos un ejercicio de imaginación. Sin embargo, yo no puedo hablar de
maestros republicanos sin recordar el caso que más cerca me queda y que marcó
en parte la historia de mi familia.
El padre de mi abuela
materna, la mujer que me crio y con la que convivimos en casa hasta su muerte,
era maestro. Un maestro leonés que había escogido como destino una escuela de
pueblo asturiana. Su nombre era Modesto. Allí, se casó con Delfina, mujer de
familia minera. Pasaron los años y llegó la República. Probablemente Modesto acogiera
con entusiasmo la reforma educativa que vino entonces, ya que se ajustaba
bastante bien a sus ideas laicas y socialistas.
El caso es que en 1936 mi
abuela ya tenía 5 hermanos y 2 hermanas. La guerra sorprendió a la familia en
la escuela de la Pedrera, aquí al lado de Gijón. Y en un año las tropas
franquistas ya habían tomado toda Asturias.
Ya fuese porque los hermanos
de Delfina habían combatido contra los sublevados o porque mi bisabuelo se
adaptó gustoso a las reformas educativas republicanas, las represalias cayeron
sobre la familia. Ese maestro con 8 hijos sufrió un castigo de año y medio sin
empleo y sueldo. La miseria consiguiente provocó la muerte de una de las hijas
(de 17 años) y del hijo más pequeño, de un año.
Eso fue suficiente para acabar
con cualquier resistencia de Modesto y Delfina. Mi bisabuelo fue destinado a un
pueblo de Tineo bajo la atenta supervisión de los inspectores educativos y del
cura, que también actuaba como tal, sometiéndose a todos sus requerimientos. Mi
madre todavía conserva las libretas en las que Modesto escribía obras de
temática religiosa para ser representadas en la escuela. Por mera
supervivencia, mi bisabuelo pasó a representar su propio personaje teatral con
el que, en parte, se acabaría identificando. Le habían domesticado.
Sé que hay miles de historias
de maestros depurados mucho más duras que esta. Muchísimos fusilados,
encarcelados, humillados… Pero esta historia discurre en paralelo con la de un
país que también fue domesticado durante 40 años a través del miedo y que aún
hoy se resiente de ese periodo.
Sin tener en cuenta el largo
dominio de la derecha política y su influencia en todos los ámbitos, incluso
después de la dictadura, es imposible comprender cómo, de un modelo que en los
años 30 del siglo XX sacaba la religión de las aulas, universalizaba la
educación pública y eliminaba la segregación por sexos hemos acabado en el
modelo educativo actual para el siglo XXI.
Y es que hoy, 40 años
después del fin de la dictadura, a pesar de que las iglesias llevan décadas
vaciándose de fieles, aún estamos lejos de sacar la religión de las escuelas. Por
otro lado, hemos acabado normalizando que el dinero público se destine a
subvencionar colegios privados (en su mayoría religiosos). Algunos incluso que separan
por sexo al alumnado. Así, hoy, los impuestos que deberían servir para corregir
desigualdades acaban permitiendo que muchos padres puedan separar a sus hijos
de otros niños de clase más baja por un módico precio. Ese precio que irregularmente
cobran los colegios concertados, pero que les basta para que no entren los
hijos de los más pobres. De este modo, estamos subvencionando un modelo
segregador que, si no se frena de raíz, acabará dejando las escuelas públicas como
guetos o como una red subsidiaria destinada a los pueblos y lugares donde la
concertada no vea negocio.
Y si termino con esta
denuncia es porque no solo estamos aquí para contar batallitas de otra época.
Esto no debe ser un ejercicio estéril para llorar por lo que podía haber sido y
nos quitaron. Esto debe servirnos para reflexionar sobre todo lo que nos queda
por luchar para conseguir la escuela pública, laica y para todos que quiso
construir la República. Está en nuestras manos que el sacrificio de todos esos
hombres y mujeres, maestros republicanos, no haya sido en vano.
¡VIVA LA REPÚBLICA!